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Cerrar el Círculo

Fecha

  • From: 31 octubre, 2023
  • To: 20 noviembre, 2023
  • Starting at: 05:15 AM
  • Finishing at: 11:00 PM

Cerrar el círculo

Por Sergio Zapata León

Fotografías de Óscar Martínez

Bogotá. Sábado 21 de octubre.

Estamos en alguna calle del barrio Siete de agosto. Al fondo, hacia el sur, se ven las vitrinas que exhiben chaquetas de cuero y pieles velludas de ganado vacuno. Un Erre 4 cubierto de mensajes y de imágenes, una verdadera escultura rodante, está parqueado frente a la primera estación de nuestro recorrido. A un lado la Comercial Impresora, que es el nombre de una tipografía y litografía, al otro, Cajas y Corrugados de Bogotá, que es una fábrica de cajas y láminas de cartón. No podría encontrarse un lugar más adecuado para enmarcar a La Escuela Abierta con su proyecto El Dibujadero, ese espacio para pensar por medio del dibujo que lideran Francisco Javier Buendía y Débora Buendía. Se trata de un local en el que abundan el papel y el carboncillo, la luz y la buena onda. Rodrigo Li Arriaga nos convoca: “La casa roja de la montaña”, dice. “Dibujen”, y el suyo es un amoroso desafío. “Dibujen lo que les plazca, así no tenga nada qué ver con la frase”. Juan, un niño de doce años que garabatea algo a mi lado, es un habitual de El Dibujadero. “Vengo a hacer las tareas. Aquí llega todo tipo de gente”. Su trazo es seguro, redondea las letras, se preocupa de que tengan volumen, diseña la frase. 

Hemos llegado hasta aquí gracias a La Circular, un recorrido propuesto por el equipo de creación y circulación de la Gerencia de Artes Plásticas y Visuales del Idartes, entre cuyas múltiples tareas está la de coordinar la programación de la Red Galería Santa Fe, un ente escurridizo y cambiante, como el arte que la impulsa y sustenta. Con cerca de 8 años de trayectoria, la Red GSF se ha propuesto mapear el territorio y escapar de los escenarios tradicionales del arte para alcanzar algunos rincones de Bogotá a los que comúnmente no se les asocia con el circuito artístico convencional. Es por eso que resulta tan difícil definirla: la Red se mueve, cambia de barrio, palpita al ritmo de las actividades y de las intervenciones artísticas de quienes la tejen. 

Juan, el niño de El Dibujadero, se asoma sobre mi hombro. Yo dibujo el esqueleto de una casa, más blanca y negra que roja, pero no olvido las palabras de Arriaga. Puedo percibir la liberación por medio del dibujo que viven los otros participantes de este breve pero jugoso taller. La buena onda trae consigo la liviandad, el placer de hacer algo con las manos, la posibilidad de ver plasmada en el papel la creación, el dibujo… al fin, un pedazo de arte. Arriaga descompone la frase. Llega una nueva hoja de papel en blanco: “La casa roja”, dice. Atendemos el nuevo reto. Dibujamos una casa roja con carboncillo sobre papel blanco. Un rato más tarde, “La casa”. Al cabo de diez minutos, será sencillamente “La”.  

La segunda parada es en Casa Fuego, un tesoro muy bien guardado del barrio Teusaquillo. La casa es enorme y alberga varios proyectos, entre ellos, Futurus Inciertus, a cargo de la agrupación VYPO, “una exposición cuyo origen está en la preocupación por el cambio climático”, explica David Franco, geólogo y artista plástico. La instalación de la primera planta se compone de hojas secas amontonadas sobre el piso, “alguna vez tomamos una asignatura sobre calentamiento global y era inevitable que saliéramos de clase llenos de preguntas…”, algunas bolsas plásticas a medio inflar contienen algo del aire atrapado en parques bogotanos: oxígeno embolsado, aire basura, bolsas puras. En la segunda planta se descubren verdaderos tesoros, respuestas crípticas a esos interrogantes: los pétalos crujientes y fucsias de varias flores de trinitaria (Bougainvillea spectabilis) dispuestos junto a las arrugadas y crocantes envolturas de Bon bon bum, también fucsias, entablan un diálogo cromático y de texturas que raya lo político: la cosa industrial, contaminante, edulcorada y tóxica, par de la cosa natural, milagrosa y biodegradable. Ambas hermanadas y bellas, inocuas y letales. También puede verse el nido de un pájaro contenido y protegido por una vieja cachucha, conversaciones antiguas: ecos de la divinidad destronada viviendo en la cavidad de un objeto hecho por humanos.  

El cielo amenaza lluvia, sin embargo la tarde, gris y fría, no nos impide llegar hasta Flotante, un poco más al sur, donde nos encontramos con Systema Naturæ, una exposición que desafía el sentido de la vista. Juan Daniel Velásquez, ceramista y artífice de esta muestra, nos deja entrar a la casa victoriana sin prestarnos atención apenas. Su propuesta es inofensiva a simple vista, un bosque hecho de paneles recortados, a la manera de los libros troquelados, permite que el visitante se pasee por entre arbustos planos. Una mirada más atenta detecta que el bosque es habitado por personajes insólitos, delicadas piezas de porcelana localizadas con suma precisión, manzanas mordidas, una cabeza de expresión perturbadora, pequeñas setas aquí y allá, frágiles miembros eréctiles: se trata del micelio que todo lo domina. La arquitectura del número 33-41 de esta casa en Teusaquillo ha sido invadida por la arquitectura artística y surreal de un bosque intelectual imaginado por la mente humana, o clasificado por ella. De pronto, las acciones propuestas por VYPO, los habitantes de Casa Fuego, cobran mucho más sentido a la luz de lo que ocurre en Flotante: recolectar—diferenciar—sustraer—reparar—unir—visibilizar… y nosotros, los que viajamos en este loop vemos que el círculo quiere cerrarse…

Abandonamos Flotante un tanto desazonados, Systema Naturæ no sólo desafía la mirada, también agrede sutilmente el establecimiento. La lectura de un texto en verso a cargo de Velásquez, sobre la destrucción de la naturaleza a causa de la avaricia humana y la posterior retoma por parte del micelio que se expande y reedifica el mundo destruido es aciaga, nada que ignoremos en este sábado de octubre.

El sur nos espera. En Kennedy abre sus puertas Artitis, un espacio vertical dedicado al arte en el que Humberto Junca exhibe el Reciclaje de su Acto reflejo: una bola disco estallada sobre el suelo ve cómo una luz motorizada la circunda, a paso mecánico, con sonido de tren de juguete, sobre un riel que evoca los anillos de Saturno. La luz que proyecta sobre el techo de la sala de exhibición es asimétrica, retazos de fragmentos, la noche abierta en medio de la tarde. El segundo acto de ésta, nuestra última estación, es en la calle, junto a Mónica Vilá, quien lee uno de sus textos y nos habla de Reverberar en grieta, dos fotografías impresas en vidrio de seguridad potenciadas por un espejo a su espalda. Reflejos del vidrio en la vitrina que interpelan los fragmentos de espejos en la bola disco tres pisos más arriba. En esta calle de Kennedy, un hombre intenta parquear una grúa en reversa mientras Vilá nos habla del extrañamiento como técnica y recurso creativo. Una mujer grita y le dice al hombre que así no, que se devuelva, y el hombre adelanta la grúa, la reversa, al tiempo que Vilá insiste en lograr que las cosas cotidianas se vuelvan extrañas. 

Una puesta en abismo circular, el hombre por fin acomoda el enorme vehículo, el tráfico se restablece, nosotros subimos a la van que nos ha llevado de sur a norte y de norte a sur y remontamos Las Américas en busca de La Concordia, donde nos espera la Galería Santa Fe, principio y fin de esta jornada. Ahora el círculo se ha cerrado.