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Claustros, liceos y gimnasios – Juan David Laserna Montoya

Exposición del ganador del IX Premio Luis Caballero.

 

Del 26 de junio de 2019 al 18 de agosto de 2019.

 

 

La realidad está gobernada por las rutinas de los lugares comunes. En general, a las personas se les otorga una ciudadanía y algunas garantías, una identidad nacional heredada y el oculto derecho a rechazarla. Todas las personas comparten las circunstancias de un tiempo y el peso de alguna cultura. Casi todo el mundo pertenece a una promesa de futuro, depende de una historia y participa de alguna economía. Todos cobijados por una colección de principios y derechos, una flexibilidad moral y un conveniente imaginario ético.

Estos lugares comunes dependen de reglas y de cómo estas son enseñadas, pues con ellas se sostienen las promesas que mantienen unido el tejido del futuro, la coherencia de la narrativa y el espacio de intercambio entre agentes. Las reglas son la base del acuerdo que impide el caos y nos salvan de los peligros de lidiar con demasiada libertad, usualmente se obedecen sin mayores inquietudes, algunas veces se dejan interpretar y otras simplemente se rompen; ofreciendo así un espacio de insurgencia que les permite sobrevivir mientras se van trenzando en el hábito de la competencia, la resignación del poder o el sentido del orden de las cosas. Una vez aprendidas es posible verlas operando en el “deber ser” del mundo que con comodidad fluye entre los conflictos humanos de todos los días.

En su sentido más genérico, los colegios son un gran lugar común compartido, una manifestación del reglamento y de su uso, una segunda familia capaz de proyectar la continuidad del mundo. En sus múltiples formas, los colegios son producto de un extenso periplo entre variaciones ideológicas, económicas y espaciales y, según el grado de obediencia o resistencia del reglamento son la manifestación de un abanico de formas: un camino que recorre el orden panóptico del claustro, la amplitud del liceo o el campus del gimnasio, y en el que la cansada tradición de los edificios modernos le deja espacio a la articulación contemporánea de los “equipamientos públicos” que, con cierta desventaja, compiten con sofisticados espacios privados por la clave del éxito de la próxima generación.

El curso de semejante tránsito trae consigo una idealizada persecución de condiciones favorables, una tensión entre las formas públicas y privadas de garantizar la felicidad, el bienestar o la libertad; un pulso representado en ladrillos y emblemas que demuestran lo mejor y lo peor de una sociedad en la que los pocos consensos suceden alrededor de la promesa emancipadora de la educación como vehículo y derecho y, por lo tanto, como requisito administrativo, registro de inversión pública, indicador de éxito, estatus social, procedencia nacional, ideología política o esquina religiosa.

Los colegios y su muy complejo entramado de experiencias diversas y distantes se revelan como representación de la igualdad, ese principio regulador que, combatido con intensidad, bien podría hacer posible que las cosas, realmente, no terminen siendo siempre iguales.

JUAN DAVID LASERNA MONTOYA

Ganador del IX Premio Luis Caballero.


Cloisters, lyceums, schools

Reality is governed by the routines of commonplaces.  In general, people are granted a citizenship and some guarantees, an inherited national identity and a hidden right to reject it.  All people share the circumstances of time and the weight of some culture.  Almost everyone belongs to the promise of a future, depends on a story and participates in some economy.  All sheltered by a collection of principles and rights, moral flexibility and a convenient fancied ethics.

These commonplaces depend on rules and how they are taught, because they uphold the promises that maintain the social network of the future united, the coherence of the narrative and the space of exchange among agents.  Rules are the basis of the agreement that prevents chaos and saves us from the dangers of dealing with too much freedom, usually those are obeyed without major concerns, sometimes they can be interpreted and others simply broken: Thus offering a space for insurgency that allows them to survive while they are braided in the habit of competence, the resignation of power or the meaning of the order of things.  Once learned it is possible to see them operating in the world’s “moral imperative” that comfortably flows between the everyday human conflicts.

In its most generic sense, schools are a great commonplace, a manifestation of regulations and their use, a second family capable of projecting the continuity of the world. In their multiple forms, schools are the product of an extensive journey between ideological, economic and spatial variations and, depending on the degree of obedience or resistance of the regulations they are the manifestation of a range of forms: a path that follows the panoptic order of the cloister, the amplitude of the lyceum or the school campus and in which the tired tradition of modern buildings leaves space for the contemporary articulation of the “public facilities” which, with certain disadvantage, compete with private sophisticated spaces for the key to success of the next generation.

The course of such transit brings with it, an idealized persecution of favorable conditions, a tension between public and private ways of guaranteeing happiness, wellbeing or freedom; a pulse represented by bricks and emblems showing the best and worst of a society where the few consensus happen around the emancipating promise of an education as a vehicle and a right, and therefore, as an administrative requirement, record of public investment, success indicator, social status, national  origin, political ideology or religious corner.

Schools and their very complex network of diverse and distant experiences are revealed as a representation of equality, the regulating principle that, fought with intensity, could well make it possible for things actually not ending up being the same.

JUAN DAVID LASERNA MONTOYA 

Winner of the IX Luis Caballero Award