Juan Bermúdez Tobón
¿Oportunista o camaleón? Jonier Marín se resiste, en medio de sus contradicciones, de sus búsquedas, de su llegada a Bogotá —hijo de una familia del Valle del Cauca que decidió dejar atrás una de las tantas violencias colombianas—, de sus recorridos por la selva, de sus viajes por Latinoamerica, por Estados Unidos y por Europa, se resiste, insistimos, a cualquier clasificación. Y en eso no puede ser mejor exponente de la colombianidad: su “estética heterogénea y contaminada que recurre a la fotografía, al video, la pintura y el collage” parte de la pregunta y se ejercita en “el arduo camino de las interrogaciones”.
Resbaladizo e inclasificable, Marín disfrutó en París de la ola provocada por el llamado boom latinoamericano, en los años setenta, y se hizo a un lugar como pionero de la performance a partir de intervenciones a las que llamó Obra activa. Entregado a la hibridez, a lo mezclado, a lo mestizo y cruzado, retó los sentidos con obras como Extravideo, en la que el video, increíblemente, expande sus fronteras. Convencido de ocupar un lugar en el mundo, intentó una red más allá de las que forja la iniciativa institucional, mediante la apuesta por circuitos alternativos de intercambio, creación y comunicación artística, en lo que bautizó como arte-correo.